Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja. Ahora sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja se cae, sino que llegado el escenario del otoño inicia la maravillosa danza de soltarse.
Las hojas no caen , se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profunda sabiduría. La hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire, sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento de creatividad, ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Hay muchos seres humanos que son árboles a los que les cuesta soltar muchas de sus hojas. Tienen miedo ante la incertidumbre del nuevo brote. Se sienten cómodos con sus hojas predecibles, con sus hábitos perennes, con sus conductas fijadas, con sus pensamientos arraigados en un entorno ya conocido.
Renuncian a esa libertad otoñal de sumergirse en un espacio de confianza, creatividad y superación. Cuando descubrimos desde nuestra conciencia que somos capaces de desprendernos de la rama y encontrar nuestra plena sabiduría, es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
Súmate a la generosidad y belleza de las hojas que se dejan caer.
Gracias, Gracias, Gracias
~ vive salvaje y libre ~
EL OTOÑO TIENE VIDA